miércoles, 1 de junio de 2011

La magia surgió antes que la religión

La palabra ‘religión’ no tiene una raíz común a varias culturas antiguas. Esta palabra latina es relativamente moderna y no tiene una correspondencia en culturas como la hindú, la griega o la hebrea. En cuanto a su etimología, se puede decir que deriva del sustantivo latino religio, y que a su vez, hay dos posturas que intentan esclarecer su etimología. Una de ellas fue expuesta por Marco Tulio Cicerón en De natura deorum (II, 28), por el año 45 a. C., donde explica: “Qui autem omnia quae ad cultum deorum pertinerent diligenter retractarent et tamquam relegerent [...] sunt dicti religiosi ex relegendo“. (“Quienes se interesan en todas las cosas relacionadas con el culto, las retoman atentamente y como que las releen, son llamados «religiosos» a partir de la relectura”); por lo que, para Cicerón el sustantivo religio deriva del verbo relegere.


La otra postura fue expuesta siglos después por Lucius Caecilius Firmianus Lactantius en su obra Divinae Institutiones (IV, 28), compuesta entre 304-313 d. C., donde explica: “Hoc vinculo pietatis obstricti Deo et religati sumus, unde ipsa Religio nomen accepit, non ut Cicero interpretatus est, a relegendo“. (“Obligados por un vínculo de piedad a Dios estamos “religados”, de donde el mismo término “religión” tiene su origen, no como fue propuesto por Cicerón, a partir de releyendo”). Según Lactantius, religio no deriva del verbo relegere, como sostiene Cicerón, sino del verbo religare.

Así entonces, tenemos por un lado, la interpretación pagana de que la religión es relectura, es decir, examen exhaustivo de los cultos; y por otro, en una interpretación cristiana, es un religar, o sea un acto de estar íntimamente ligado a Dios.

A diferencia de la palabra religión, la palabra ‘magia’ mantiene su forma casi intacta en todos los idiomas indoeuropeos. Se presume que es originaria del griego μαγέια, derivada directamente de μάγος, pero en realidad no es así. Los griegos la tomaron del persa antiguo Magus, con el sentido de ‘mago’, que en última instancia significa ‘sabio’.

La religión está subordinada a seres divinos (que puede ser uno en caso del monoteísmo, o múltiples en caso del politeísmo), cuya voluntad rige los destinos del hombre. Por medio de cultos el sacerdote, como mediador entre dios y el hombre, invoca al dios y trata de persuadir su voluntad en pos de un acto particular. El poder del sacerdote depende del poder del dios al cual se debe. En cierta forma, la religión es una dialéctica entre el sacerdote y su dios. El sacerdote necesita de un reconocimiento social, ya que su poder es de orden psicológico, es decir, moral. No existe religión sin comunidad, ya que en esencia, la religión es exotérica.

La magia, en cambio, no está subordinada a seres divinos, sino a las leyes de la naturaleza. No invoca dioses, sino que hace uso de las técnicas propias del arte mágico para actuar sobre los fenómenos particulares. El mago sabe que de determinadas causas ha de obtener determinados efectos. Su poder no depende más que de sí mismo. El mago no necesita más que de sí, su poder no es de orden psicológico, sino mágico. La magia es del mago y, por tanto, esotérica.

Contrariamente a lo que se piensa, la magia es una etapa de conocimiento anterior a la religión. En la antigüedad, la magia era el verdadero fundamento de la religión. Ésta fue tomando las recetas de aquélla, y el poder social fue elevando diversos credos por oposición a otros, hasta enfrentar al sacerdote con el mago. Mientras el sacerdote ostenta un poder social, dado por la ignorancia del pueblo, el mago guarda y practica la sabiduría. Uno practica la mentira, el engaño en pos del dominio moral; el otro, por el contrario, practica la verdad, como una actividad ética.

La magia no hace uso de la religión, pues no necesita de ella; pero en nuestros días, como ha sucedido a lo largo de toda la historia de la humanidad, la religión sí hace uso de la magia. Como lo prueba, por ejemplo, la religión cristiana con la misa de San Secario, la cual según el antropólogo James Frazer “solamente puede decirse en una iglesia en ruinas o abandonada [...] Allí llega por la noche el mal sacerdote con su barragana y a la primera campanada de las once comienza a farfullar la misa al revés, desde el final hasta el principio, y termina exactamente cuando los relojes están tocando la medianoche. Su concubina hace de monaguillo. La hostia que bendice es negra y tiene tres puntas; no consagra vino y en su lugar bebe el agua de un pozo en el que se haya ahogado un recién nacido sin cristianar. Hace el signo de la cruz, pero sobre la tierra y con el pie izquierdo [...] El hombre por quien se dice la misa se va debilitando poco a poco y nadie puede saber por qué le sucede esto; los mismos doctores no pueden hacer nada por él ni comprenderlo”.

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